lunes, 14 de diciembre de 2009

La primera mañana de nuestras vidas

Ayer, el suplemento Ni a Palos del periódico Miradas al Sur publicó una reseña de Catálogo de juguetes escrita por Natanael Amenábar:


El mundo del juguete

Por Natanael Amenábar


Sandra Petrignani es una piacentina que editó allá por 1988 una selección de entradas recopilatorias sobre juguetes, poniéndole por nombre Il catalogo dei giocattoli. Ese racconto vuelve en castellano como vuelve Alf para Milhouse: en forma de fichas, ya coleccionadas, y traducidas por Guillermo Piro. Pequeñas reseñas de objetos maravillosos que transitaron la primera mañana de nuestras vidas (a ambos lados del océano, parece). Sorprendentes son las coincidencias con el consumo jugueteril argentino, cuando chicos nosotros, hará alrededor de 25 años. Con prosa sintética, afán clasificatorio y una puntillosa descripción de los mecanismos, Petrignani logra que muchas veces sepamos por los nombres de una manera fácil a qué se refiere y, muchas otras veces, nos demos cuenta por su detalle del aspecto o funcionamiento y susurremos, en voz alta “¿te acordás?”. Como corresponde, hay una mirada filosófica de las cosas y en su abordaje una diferenciación por género. Publicado por La Compañía, editorial de cuidados y minimalistas diseños de tapa.


martes, 8 de diciembre de 2009

El juego es todo

En el número de diciembre, la revista Los Inrockuptibles incluye una reseña sobre Catálogo de juguetes escrita por Malena Rey:


Sabemos que por fuera de la vigilancia de los adultos, los chicos habitan zonas propias y se relacionan con seres extraños que toman distintas formas. De estos seres amigables y a veces fantasmales se ocupa la italiana Sandra Petrignani en Catálogo de juguetes. En el libro, escrito hace casi 25 años, la autora se pasea por una larga lista de juguetes conocidos por todos –que van del Lego al metegol, pasando por las muñecas, la soga, el flipper y los soldaditos– y se permite, a través del comentario paciente y nada técnico, una evocación que se aleja de la mera descripción de los procedimientos del juego para adentrarse en el terreno poético del recuerdo de la infancia. Y es que por medio del contacto con los juguetes los chicos pueden devenir otra cosa de lo que se pretende que sean. Lejos de lo que se espera de ellos con la escolarización, en la soledad el juego es todo. O por lo menos lo era en una época en la que la televisión o la computadora no ocupaban todavía el lugar de todas las distracciones posibles. A partir de entradas con los nombres de sesenta y cinco juguetes considerados en toda su extensión –porque acaso, ¿la bicicleta es un juguete como cualquier otro?, ¿lo es el pizarrón?–, Petrignani se vale de los objetos como médiums para hacer asociaciones libres y recuperar la memoria que estaba desdibujada, desde la óptica de quien fundó con ellos su experiencia y vuelve a visitarlos para explicarse algo acerca del paso del tiempo. Los juguetes son entonces los portadores de todas las significaciones posibles e intercambiables de las que se valió el yo para sincronizar los procesos corporales y sociales, y a la vez, tomados a la distancia, los únicos objetos que permiten retornar con precisión a una escena de la infancia para dar cuenta de la interacción y de la compañía de esas presencias silenciosas.


 
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