jueves, 15 de octubre de 2009

Un paseo raro

Ayer, el diario La Nación publicó un interesante comentario de Silvia Hopenhayn sobre Catálogo de juguetes:


Aquellos juguetes

Por Silvia Hopenhayn


De la infancia no sólo quedan relatos, también objetos que punzan la memoria. Como los juguetes. Esas piezas tan concretas de nuestras pequeñas invenciones y descubrimientos cotidianos. Al mismo tiempo, el juguete suele aparecer asociado al regalo. Y de allí quizá su rara existencia de vida regalada.

En realidad, suelen ser partes de juguetes las que se conservan en algún rincón de un placard: la pierna de una muñeca, la locomotora del tren, la rueda de un autito o alguna figurita repetida de un álbum inconcluso. Hay algo de no terminado o de estanco en esas partes que por algún extraño motivo no fueron a parar a la basura.

El problema es que no se sabe muy bien quién abandonó a quién. Si el juguete al niño o el niño al juguete. En la maravillosa película Toy Story 2 , hay una escena en la que una muñeca, Jessie la vaquerita, recuerda cómo su niña-dueña, en los primeros albores de la adolescencia, la dejó tirada debajo de la cama. Pero justamente lo que aparece en esta historia es la subjetividad del juguete, como si algo de la vida que los niños le insuflan cuando juegan pudiera perdurar y fuera la causa de una agonía silenciosa.

Y ése es quizás el rasgo gélido que suele conllevar un juguete sustraído de la infancia. Es como una pieza desanimada, casi muerta de miedo. Hay algo de patético en lo dejado, y resaltarlo es una forma de hacer de lo perdido un objeto de culto, en vez de un hueco. Por eso el libro de la escritora italiana Sandra Petrignani, recién traducido al español por Guillermo Piro, titulado Catálogo de juguetes , es un paseo raro, entre lúdico y mortuorio, por un mundo desvaído, o más bien desvivido: la infancia.

Se trata de una serie de relatos breves, cada uno dedicado a un juguete. Entre los más de sesenta, aparecen un metegol, una honda, una bicicleta, bolitas, una soga, el lego, un barrilete, una marioneta, una pistola de agua, el tren eléctrico, palillos chinos, un trompo, dardos, globos, patines, etc. De cada uno de ellos la autora extrae retazos de afectos, fragmentos de historias olvidadas. Según Iac Mc Ewan, esta colección de textos es un ejercicio encantador. Yo diría más bien de encantamiento. Hay algo en estos breves relatos que encanta por momentos de manera siniestra. Como bien señala Giorgio Manganelli, en el posfacio: "Hundir la mano en el tiempo de los juguetes es como para morirse de miedo. En ese lugar no existen dimensiones mensurables; todo es enorme, lejano; simplemente no existe. No existir: ése es un modo de ser extremadamente sutil, dramático, insinuante, amenazador. Con los juguetes hay que ser cautos: esos levísimos no-seres, esas larvas presurosas, son la terribilidad encarnada". De allí que el posfacio se titule, precisamente: "Donde resiste lo que no existe".

Hay algo en la atmósfera del libro que remite a La vida, modo de uso, del genial Georges Perec, por esa idea de la acción congelada en el tiempo. Pero las estampas de Sandra Petrignani son irregulares; algunos juguetes descriptos no tienen el sabor narrativo que puede adquirir una naturaleza muerta a través del tiempo. Igualmente vale su manierismo en la disección, que nos permite recorrer cada una de las páginas evocando nuestros propios materiales de la infancia.


Fragmento de la película Toy Story 2

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